Las últimas horas de Gilles Villeneuve

Marcelo Zuca
Marcelo Zuca 15 Min Read
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Foto Getty Images

Gilles  Villeneuve llegó al circuito  de Zolder en Bélgica  el 8 de mayo de 1982 a las 8.50 am en su helicóptero particular, “Augusta”, estaba tenso y su rostro no disimulaba el enfado y la enemistad que enfrentaba con su compañero de equipo, el Francés Didier Pironi, pero sobre todo con el equipo Ferrari.

Muchos pensamientos invadían su mente, uno de ellos era que por primera vez  había llegado solo, sin la compañía de su mujer ni de sus hijos, alimentando los rumores que su matrimonio estaba en crisis, se decía que otra mujer era  dueña del corazón de Gilles, otro condimento para agregar a la agitada vida y los críticos momentos que estaba viviendo el piloto canadiense.

Algo más había, por primera vez eligió pasar la noche en un Hotel y no en la caravana de Ferrari, algo le repelía. ¿Era Didier?,  o ¿Era su equipo que, según él, le había dado la espalda en no amonestar  a Pironi luego del episodio de Imola ?, era lo último, él esperaba contención y entendimiento de parte de Ferrari y de todo el equipo y lo dejaron más solo que nunca.

Luego del GP de San Marino esperó un llamado de Enzo Ferrari dándole la razón y jurándole reprender seriamente a Pironi por lo sucedido y en cambio,  mientras los días pasaban, notó con desazón y tristeza que ese llamado no llegaría  nunca y al contrario, salvo Mauro Forghieri que se ocupó de él, el resto del equipo se manejaba con la naturalidad de siempre, el mismo Mauro Forghieri declaró:

“Enzo, sobre el episodio de San Marino  me dijo, bueno, no pasa nada, después de todo ganó una Ferrari, y la verdad tenía razón, el fin de una escuadra es la victoria, nosotros corremos para ganar”.

Debemos recordar también esta frase célebre de Ferrari:

“Yo no le haré pasar  nunca a un piloto de mi escudería la humillación que sufrí en 1924, cuando corría, debí resignar un triunfo seguro porque me impusieron dejarme superar por un compañero de equipo”.

Esa frase de Ferrari sonaba una  y otra vez en la cabeza de Gilles, al punto de provocarle una furia interna bestial ya que no  hacía  más que darse cuenta que Ferrari jamás lo compensaría por el sacrificio hecho  en la consagración de  Jody Scheckter, Gilles adoraba a Jody , era su amigo, pero quizás el “Lole” Carlos Reutemann tenía razón, no tendría que haber dejado  pasar la oportunidad de ser campeón mundial, ya que ese es un tren que para algunos pilotos pasa una sola vez en su vida.

También se dio cuenta que Ferrari  se equivocaba,  ¿Cuantos pilotos humilló? Peter Collins en Monza de 1956 para favorecer a Juan Manuel Fangio ,  Lorenzo Bandini en México de 1964, para consagrar a John Surtees, y ¿Él? Se olvidó el viejo Ferrari todas las humillaciones que pasó  él a lo largo de esos años para alimentar la gloria de Ferrari, pero ya había llegado a su límite.  Por eso, cuando bajó del auto  enfurecido luego del Gran Premio de San Marino gritó:

Ahora búsquense otro piloto, después de este año no correré más para ustedes”.

El dormir en un hotel, ¿ Habrá sido quizás el silencio elegido para  evitar confrontaciones dado que se había filtrado la información que a finales de ese año dejaría los autos rojos de Maranello, algo que Enzo sabia y por lo que hervía de furia?.

Otros de los pensamientos estaban centrados en “Su enemigo” “El y solo él”, a ninguno de los dos pilotos de Ferrari  le importaba la primera fila del Gran Premio, ni siquiera les interesaba derrotar a los otros competidores, esa, la clasificación del GP de Zolder de 1982 sería una lucha entre ellos y nadie más, sería a todo o nada, a ganar o morir.

Era un sábado nublado, como lo es casi siempre en aquella hermosa zona de Bélgica, donde el sol es algo opcional que rara vez aparece, casi todos los sábados son iguales en esos lugares.

Lo cierto es que,  ese día  era distinto, él tenía una sola cosa en mente, batir a su enemigo, a su rival a Didier Pironi, aunque íntimamente, él estaba más enojado con Ferrari que con Didier, sabía que Pironi había ganado una carrera con todo derecho, sí, le molestó que no lo deje ganar, pero tampoco podía criticarlo, el tampoco llegaría al final del Gran Premio ,  sabía que el turbo había consumido todo su combustible, por eso las últimas vueltas las hizo tres segundos más lento.. Al fin de cuentas él mismo declaró al conocerlo que veía en el francés la misma hambre de victoria que tenía él.¿Podía juzgarlo acaso? si él también corría para ganar.

Ese sábado el enojo y la tristeza lo desbordaba. Paolo Scaramelli, ex jefe de mecánicos de Ferrari, recuerda:

“Él llegó, habló muy poco y se sentó en su auto, estuvo casi todo el día hasta su accidente sentado en su auto, no hablo con nadie”.

Pironi ese día es veloz, muy veloz, se clasifica tercero, Gilles en cambio es octavo, son las 13.50, es hora de terminar la clasificación, ya lo hecho hecho está, de todas maneras sus neumáticos ya se fueron, aquellas fantásticas cubiertas de clasificación dieron lo mejor de si, jamás podrá mejorar su propio tiempo y él lo sabe, pero se niega a dejarse vencer.

Paolo Scaramelli :

“Gilles eligió las mejores cubiertas que teníamos y con las que podía clasificar, pero ya las había gastado, lamentablemente, tendría que haberse dado cuenta que ese día Didier era insuperable”.

Mauro Forghieri comenta:

“Didier era más veloz que Gilles, pero Gilles no tenía más cubiertas de clasificación, igual él quería mejorar su registro  a cualquier costo, pero con esas gomas era imposible, quizás podía igualar el tiempo de Pironi, pero no superarlo, yo creo que él  no quería  ganarle a Didier, sino convencernos a nosotros que él era el hombre indicado para ser campeón mundial, el hombre que Ferrari debía apostar para la consagración, , yo le dije, mira Gilles, yo te doy una sola vuelta, cuando pasas por la línea de meta te llamo al Box y tenes que entrar, pero cuando pasó por la línea, hizo un giro más y lamentablemente tuvo el accidente”.

Paolo Scaramelli recuerda:

“Estábamos acostumbrados a tantos accidentes de Gilles en los que siempre llegaba a los boxes caminando y con el casco en la mano diciendo , es culpa mía muchachos, fue mi culpa, él era muy sincero, siempre se echaba la culpa y nosotros lo tranquilizábamos diciendo, no te hagas problemas Gilles, lo importante que vos estés bien, nosotros otro auto te hacemos…Pero esa vez no llegó a boxes, en cambio, entró corriendo Forghieri con Pironi y dijo…Muchachos cierren y guarden todo…Nosotros nos vamos a casa”.

El Periodista Bruno Pasarelli estaba presente en la cabina de transmisión, él  recuerda:

 Las cámaras de la televisión seguían a Villeneuve cuando enfrentó la chicana que estaba enseguida atrás de los boxes y la bajada sucesiva que introduce a la curva Terlamen, a un paso de un bosquecito. Imprevistamente, Gilles, que venía a fondo, se encontró delante el March amarillo del alemán Joachen Mass, quien lo vio llegar y se desplazó hacia su derecha, para afrontar la curva por la cuerda interna, pensando que Gilles lo superaría por la izquierda. Pero el hombre de Ferrari hizo al revés, o sea que intentó pasar por ese costado, para afrontar la Terlamen por adentro, que era la trayectoria más veloz.

El impacto fue tremendo, tanto que el camarógrafo que seguía la acción perdió por un instante el encuadre de la Ferrari, que salió catapultada por los aires, y lo recobró solo cuando en pleno vuelo, mostrando la panza inferior, pasó apenas encima del March de Mass. Gilles había embestido con la rueda delantera izquierda la posterior derecha de Mass  y el auto había despegado, cumpliendo dos “lopping” completos en el aire, por un vuelo total de 25 metros en el que rozó el guard-rail de la derecha. La voltereta sucesiva llevó a la Ferrari a aterrizar de manera desastrosa sobre el asfalto, en la línea interna de fuga de la Terlamen. La energía cinética era tal que el auto, rebotando, volvió a volar por los aires para por fin, ya sin el tren delantero, caer y quedar inmóvil en el centro de la curva.

Cuando el auto había rebotado contra el pasto, uno de los paneles honeycomb del monocasco, ubicado entre el respaldo de la butaca y el tabique frontal del tanque de nafta, cedió, arrastrando tras de sí los enganches de los cinturones de seguridad. Así, en una escena espeluznante, vimos por la pantalla cómo Villeneuve era catapultado fuera del habitáculo y pasaba en el aire, con la butaca todavía atada a su cuerpo, para caer como un muñeco desarticulado sobre el hombro derecho, tras un vuelo de casi 50 metros. Con el cuerpo volteó la primera red de protección, para impactar después violentamente el cuello (ya había perdido el casco integral que fue hallado más tarde a 100 metros de distancia) contra un palo de sostén de la red metálica más externa.
Los restos de la Ferrari volaron en todas las direcciones, con el volante que fue a parar 250 metros más allá. En la carambola, Gilles perdió también sus botitas, encontradas el domingo por la mañana 200 metros más lejos, en un matorral.

“De pronto, todo quedó quieto, con una inmovilidad sobrecogedora. Los autos que llegaban frenaron. Los primeros auxiliares corrieron hacia la red donde, doblado en dos, Gilles había quedado inmóvil, con la cabeza gacha. A mi lado, los mecánicos de Ferrari estaban mudos. Fue un silencio roto por Cevenini, quien dijo: “Mio Dio, se mató Gilles”. Y golpeándome el codo, tras decirme “Andiamo”, salió corriendo para el lugar del desastre que no estaba muy lejos, pues la curva Terlamen se encontraba justo atrás de los boxes.

Cuando llegamos, jadeantes, ya habían expuesto la bandera roja y vimos a varios comisarios de pista y un médico, al que se había sumado el doctor de la FIA, Sid Watkins, que se afanaban tratando de reanimar al exánime canadiense. Watkins había llegado apenas tres minutos después del desastre en el automóvil de Roland Bruynsereade, director de la carrera (todavía no se utilizaba la “safety car”). Se fueron agregando algunos pilotos (Mass, Eddie Cheever, John Watson, René Arnoux, a Pironi no lo vi). Todos, paralizados, mirábamos la terrible escena de Gilles apoyado sobre el palo de la red, doblado en dos. Algunos comisarios y policías tendieron un cerco alrededor del lugar donde yacía el piloto, para que los curiosos no entorpeciesen los primeros auxilios que se le prodigaban, hasta que, finalmente,  escondieron la escena detrás de un telón negro.

amcn

El Doctor Sid Watkins en su libro “life at the limit: triumph and tragedy in formula one” explica:

“En cuando llegué a su lado me di cuenta que sus condiciones eran gravísimas, estaba sin sentido, lívido el rostro y el cuello, otras lesiones no se veían y presentaba una actividad cardíaca regular, mi conclusión fue que debía tener una fractura en la columna vertebral, por lo que le pusimos el cuello en tracción, le hicimos un masaje cardíaco y la respiración boca a boca, para después llevarlo en el auto de Bruynsereade al centro médico del circuito, donde ya estaba listo un helicóptero que lo trasladó a la clínica Saint Raphael de Lovania”. Watkins lo acompañó y formó parte del equipo médico que de inmediato le hizo una Tomografía Axial Computarizada (TAC) que reveló una grave lesión del tronco encefálico, rotura con desprendimiento de las vértebras cervicales y lesiones gravísimas en la base del cráneo, debido tanto al impacto contra el palo de sostén de la red metálica como a la tremenda desaceleración (nada menos que 27 G). No había nada que hacer para salvarlo. En ese hipotético caso habría sobrevivido en un estado puramente vegetativo.”

El parte médico de Gilles  dijo que murió recién a las 21,12 horas, cuando su esposa Joanna, que había llegado a Bruselas en avión tras ser alertada por Jody Scheckter, autorizó a desenchufar las maquinarias que aún lo tenían en vida.

Ese, el de hace 38 años, fue el último vuelo del inolvidable Gilles Villeneuve.

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